domingo, febrero 08, 2009

CAICEDOLOGÍA





…a las doce de la noche tirado en el sofá de la sala viendo MASH de Robert Allmant (MASH inspiró una serie de TV de finales de los setenta sobre un campamento de médicos militares americanos en la guerra de Corea. Por momentos parecía que se trataba de la guerra de Vietnam). Hay una escena que sintetiza el espíritu de la película. Se concentra en un dentista apodado Painless quien se empieza a comportar extraño en el campamento. Ha perdido el interés por el poker, por el juego, por el azar, por la vida como transcurre diariamente. Donald Sutherland (Hawkeye) uno de los cirujanos va a verlo a su tienda donde se encuentra postrado. Allí Painless le cuenta que la noche anterior no pudo responderle en la cama a una de las enfermeras. El incidente lo lleva a creer que se está volviendo homosexual y que toda su actitud de casanova no ha sido sino una forma de encubrirlo. Decide entonces suicidarse. Hawkeye lo convence para que no se pegue un tiro y le propone que se tome una píldora de cianuro en medio de un ritual de despedida. Altman hace del ritual la pintura de la última cena de Da Vinci. Painless se acuesta en el ataúd dispuesto junto a los comensales y sus compañeros le ofrecen regalos para que se lleve al otro mundo: botellas de whisky, revistas pornográficas, comida chatarra, cigarrillos. El sacerdote le da la absolución y uno de los soldados entona el tema central de la película, "Suicide is painless", acompañado por una guitarra. Painless es llevado a una tienda y Hawkaye le lleva a la enfermera para que se acueste a su lado. Al día siguiente el suicida vuelve a la normalidad de su trabajo.




La escena presenta la constante en el ánimo de todos los médicos del campamento ante el sinsentido de la guerra. Por su situación en el mundo frente a la fatalidad del destino, los médicos optan por el absurdo. Su actitud es una parodia del hombre frente a lo irremediable, a la muerte. Nadie se va salvar de la muerte, entonces ¿qué sentido tiene la acción? Muertos nada de lo que hicimos va importar. Frente al absurdo no queda otra salida que el arte. El sentido mismo del arte es la afirmación del sinsentido de la vida. No hay que alarmarse por la idea del suicidio. La idea de MASH es precisamente lo absurdo que subyace a toda acción humana, incluso lo absurdo que es el suicidio. ¿Si de todas formas voy a morir que sentido tiene suicidarse?

...en estos días he leído la autobiografía de Andres Caicedo: “Mi cuerpo es una celda” editada y dirigida a la manera de un documental por el chileno Alberto Fuguet. En las notas seleccionadas se actualiza la pregunta por el sentido del suicidio. Aquí no se trata de un absurdo, el sufrimiento que implica el vivir (envejecer, la perdida de la inocencia, estar adelantado a la época, la imposibilidad de realizar los proyectos) lo justifica. La tesis central de Fuguet es que Caicedo sufría incesantemente pero su dolor hubiese sido paliado con la tecnología de nuestros días, la cuestión es que Caicedo sería el primero de una estirpe que sobrevive hoy gracias a los gadgets. A lo mejor se equivoca.



La primera vez que vi a Fuguet en Bogotá presentaba el libro "Tinta Roja" junto a la adaptación cinematográfica del peruano Francisco Lombardi. Tinta Roja la película no tuvo muy buena crítica pero tiene sus momentos pulp not-fiction que capturan la esencia del libro. Es la historia de un joven estudiante clase media que hace sus prácticas en un periódico amarillista, allí un periodista veterano se convierte en su imagen paterna y lo inicia en experiencias que lo llevan a confrontarse a sí mismo. Ese día, en la U Central Fuguet pasaba por mi stand de revistas mientras discutíamos con mi compañero el célebre aforismo de Artaud sobre los nuevos escritores que utiliza Roberto Bolaño como epígrafe de su Novelita lumpen:

Toda escritura es una marranada/ Las personas que salen de la nada intentando precisar cualquier cosa que pasa por su cabeza son unos cerdos./ Todos los escritores son unos cerdos./ Especialmente los de ahora.

En esa época leíamos sólo a Thomas Mann y a Nietzsche, pensábamos que nada actual valía la pena. Frente a nosotros sobre una mesa de exhibición estaban las novelas de Fuguet, me llamó la atención la de carátula verde de Mala onda. Fuguet (quien era desconocido en Colombia) no se parecía a los escritores del momento que no voy a mencionar para no morirme de pena. En la conferencia habló sobre películas dobladas al español en TNT y sobre el manifiesto contra el realismo mágico que abre la selección de cuentos Mcondo. Luego leyó un fragmento de un cuento sobre un muchacho que se masturbaba en la cama de sus padres y no se preocupaba por limpiar el semen del edredón. Ya se secará. En esa época acababa de salir un artículo suyo a propósito de Caicedo. Allí Fuguet esgrimía su tesis: "A Caicedo lo habría salvado la tecnología". Vivíamos en el año 2000 y recien se habia editado Ojo al Cine y la imagen del Caicedo novelista-travesti, Dionisio de la salsa, se estaba transformando para dar paso a la imagen del primer mártir del cine latinoamericano.

Hasta aquel momento Caicedo era conocido más que nada por las doctrinas formuladas en ¡Que viva la música!: Échale de todo al caldo que causara tu confusión… enrúmbate y derrúmbate… si tus padres te trajeron al mundo que ellos te mantengan, etc. Pero a partir de la publicación de Ojo al cine Caicedo empezó a representar algo más que un profeta del exceso. Caicedo se presentó como crítico consumado de Bergman, Wylder, Truffaut, enre otros; se mostró que tenía una visión de la vida indisoluble a su actividad cinéfila al punto que cada reseña a una película era más que nada un pretexto para hablar de si mismo. Ser cinéfilo para Caicedo era una vuelta a la vida contemplativa que en otro tiempo se encontraba en la naturaleza, la pantalla de cine era la ventana por donde se podía contemplar la vida en su plenitud y encontrar la ansiada paz. En su artículo "el hombre que veía demasiado" Fuguet reseña a un Caicedo menos rumbero y de mayor profundidad psicológica, plegado hacía un mundo interior donde sus miedos se conjuraban en sus obsesiones cinematográficas. Caicedo quería verlo todo, el cine debía exceder la vida misma pues si bien "el cine es contemplación, ventana al mundo, no lo es ante cualquier hecho al azar, es una escogencia de hechos privilegiados que implica una organización". En el cine Caicedo conjuraba el desorden que es la vida. Su objetivo final debería haber sido ser cineasta, de hecho lo era pero sin película, cineasta sin película, su película ya estaba completa en su cabeza atormentada. Por otra parte estaban las dificultades para hacer una película, no sólo los altos presupuestos sino la coordinación y trabajo en equipo. Era doloroso para Andrés Caicedo tener que relacionarse con los otros para lograr un objetivo en común, Caicedo estaba años luz de sus contemporáneos y no había desarrollado su instinto gregario. Además, era difícil ver las películas que complementaban sus visiones. Sin embargo, hoy en día existen cámaras digitales y formas prácticas de edición donde habría registrado y organizado sus visiones, existe el DVD, el tv cable donde habría encontrado las películas que lo desvelaban, el Internet le serviría para conectarse con otros freaks con sus mismas obsesiones. Caicedo habría encontrado su salvación en la tecnología.

El nuevo milenio le está dando una nueva dimensión a la obra del escritor que se torna menos local, o mejor, "se ha universalizado en su particularidad" para decirlo de una manera más acorde con el tono que Caicedo le imprimía a sus textos. Esto se le debe a Fuguet sin demeritar la labor de Luis Ospina y Sandro Romero quienes editaron sus cuentos: Destinitos Fatales y sus escritos sobre cine: Ojo al cine. Pero en el fondo queda la sensación de que treinta años es demasiado para que documentos fundamentales como sus memorias y sus escritos sobre cine no hubieran salido antes a la luz, si se tiene en cuenta que ésta nueva faceta de Caicedo abre una senda para la generación de escritores asfixiada por los modelos literarios que se erigen después del boom: mundos mágicos, paraísos perdidos, personajes irreales que ya poco tienen que ver con nuestra fragmentada realidad.

Fuguet comprendió a Caicedo porque es un escritor de actualidad que no habla encubierto en metáforas sino directamente y con fuerza por medio de códigos que son visibles en la cotidianidad. La primera novela de Fuguet Mala Onda es realista hasta el absurdo, fue escrita bajo la supervisión de Skarmetta y Donoso, a quienes el escritor presentó como novela histórica. Historia de corta duración, después rectificaría, un relato salengeriano que penetra en las relaciones sociales de los ochenta insertando referentes culturales extraños al tiempo que sin embargo reflejan un modo de ser y de sentir: el rock y la literatura.

Por momentos, tanto Caicedo como Fuguet parecen decir en sus obras que los modelos que surgen de la literatura en la segunda mitad del siglo XX tanto en norteamericana como latinoamérica sirven para responder a problemas, como la imposibilidad realizar objetivos singulares dentro de las condiciones culturales dadas, responden de mejor manera a la experiencia latinoamericana frente a la globalización que los modelos surgidos después del boom . Autores como Kerouac, Burroughs y Bukowski plasman mejor esta experiencia que los autores de Maqroll el Gaviero y el General en su Laberinto.

Quizás en los últimos años, Fuguet después de Roberto Bolaño y Caicedo, ha dado cuenta de la realidad latinoamericana, post-boom. En su propia experiencia se mezclan dos visiones de la realidad, la del capitalismo avanzado y la del emergente. Fuguet ha logrado dar cuenta de dicha experiencia, tal vez, por ser un californiano que llega a Chile a los diez años de edad en plena dictadura de Pinochet. El escritor tuvo que procesar sobre su experiencia latinoamérica sus impresiones de Chile, razón por la cual construyó una perspectiva menos prejuiciosa a las influencias provenientes de la cultura capitalista que la de los escritores post boom.


...es pertinente recordar en este punto la afinidad que la obra de Caicedo tiene con el rock. Especialmente la primera parte de su novela ¡Que viva la música! donde la protagonista se torna introspectiva y violenta por el influjo de las letra y música de los Rolling Stones. Es fascinante por su morbidez la manera como Caicedo cuenta la prematura muerte del guitarrista Brian Jones. Parece ser un esbozo de un libro que proyectaba sobre "la relación entre el éxito de la legendaria banda inglesa y el relativo fracaso de la generación que escuchaba sus discos". A través de la música de los Rolling Stones Caicedo subrayó una actitud desafiante ante los poderes establecidos y de ellos tomó su actitud de mostrarse un tanto decadente para sorprender luego cuando nadie lo espera con un movimiento vital. En un apartado de "mi cuerpo es una celda" el escritor caleño dice:
“Yo siempre estuve muy influenciado por la música de los Rolling Stones y por su postura lumpesca ante la vida, aunque estuvieran disfrutando del puesto No 1 en la industria ( que hoy está en plena decadencia artística) del rock and roll”