domingo, agosto 21, 2011

Robert Johnson tuvo al blues y fue como escuchar aullar al viento.

En una región azul

de riachuelos, diques, pantanos y canales

Robert Johnson tuvo al blues

Y era como escuchar aullar el viento.

Aprendió pronto a tocar la música del Delta

La música de guitarra que se hacía fuera de la casa del señor

El blues afuera, adentro el Gospel

Aprendió sin saberlo

La desviación de la armonía

De Son House y Billy Brown

En principio sabía que aquello no era nada

La guitarra de Robert Johnson sonaba sucia y ruidosa

y hacia que las audiencias se espantaran ante el estruendo

Robert Johnson tuvo el blues

Pero el blues no tenía electricidad

Y decidió buscarla en la carretera

Recorrer la Highway 7

Encontrar feed-back

Y completarse

Se sabe muy poco

Surgió el mito, entonces

En la encrucijada

Donde se cruzan La autopista 61 con la 49

Le vende el alma al diablo

A cambio de electricidad

Y regresó

Pero su carácter se tornó más sombrío

Y podía transmitir una emoción

Pero su destino se tornaba cada vez más incierto

Del hotel Gunter de San Antonio

Salieron las 29 canciones

De la habitación 414

Sonidos entrecruzados de bajo

Y metálicos compases sólidos

El prototipo del rock’n roll

La lírica del siglo XX

Bach al fondo y Mozart a lo alto

Robert Johnson no vio su legado

Murió en Greenwood a los 27 años

Envenenado por un marido celoso

El diablo cobró su parte

Y fue como escuchar aullar al viento

jueves, abril 01, 2010

El estilo de Fernando Vallejo.



Teniendo en cuenta los prejuicios morales y políticos que habría que despejar antes de tratar algunos temas que circulan la obra de Fernando Vallejo, la cuestión del estilo[1] resulta ser el más adecuado para abordar una de las obras más descarnadas del autor como lo es El fuego secreto, donde el protagonista rompe con las normas que lo enmarcaron en su infancia y emprende una búsqueda de su propio si-no. En este sentido la obra cobra interés por ser la expresión de una postura vital frente a la existencia y define un modo de sentir frente a su contexto socio-cultural. El uso que hace el escritor del lenguaje para lograr su objetivo, esto es, legitimar una postura vital por medio de la literatura, nos lleva a la pregunta que fórmula el ensayista norteamericano Alexander Nehamas a propósito del estilo en Nietzsche, que según Nehamas, responde al problema de la decadencia de la literatura en su tiempo. Para Nietzche la decadencia literaria consiste en que “la vida ya no reside en el todo”, o para decirlo más claramente, la literatura se hace decadente porque carece de estilo. Antes de ampliar ésta definición huelga decir, siguiendo a Nehamas, que lo que sucede en la literatura decadente es que “la palabra se convierte en soberana y salta fuera de la frase, la frase se alarga y oscurece el sentido de la página, y la página cobra vida a expensas del todo”. En una palabra lo que sucede es que “el todo deja de ser un todo” y se dice que una determinada literatura esta dotada de estilo, y esta es nuestra tesis, siempre y cuando constituya una unidad que trace una forma de vida completa.

La obra de Vallejo muestra una constante preocupación en mantener una unidad entre escritura y vida -sin preocuparse del efecto que esto pueda causar en el lector ni en la misma literatura- que busca, como se intentará mostrar, expresar una necesidad esencial entre su pensamiento y su escritura, de manera que escritura y vida constituyan a su vez una unidad. Es importante aclarar que en este contexto la unidad de estilo en la obra no significa que ésta represente una imagen veraz de la realidad, al contrario hay aquí una renuncia a la novela lineal que contiene dentro de sí una unidad de tema, tono, tiempo y espacio. Si se habla de unidad en la novela de Vallejo se trata más de un acontecimiento constituido por la correspondencia entre pensamiento, acción y escritura frente al destino. En este sentido dice:

"Qué más quisiera yo que el libro mío fuera sólido, compacto, cual piedra para descalabrar y que sólo pasara en Medellín con su unidad de tema, tono, tiempo y espacio, en el curso de un año. Pero el destino, mal novelista, tira por la borda las unidades clásicas y nos dispersa, por aquí, por allá... Y hace que se cruce por el camino de uno el mismísimo Sartre, y que sea un personaje accesorio, un comparsa. ¿Lo ven?... De un pelotazo nos manda hasta París y Roma, y de otro nos regresa a Bogotá: a la Calle Veintiuno entre carreras Cuarta y Quinta, arribita del Arlequín justamente, a mitad de la cuadra, donde vive Salvador Bustamante, pero no en casa propia pues la casa es ajena y no se sabe de quién, pues tampoco son dueños los que viven con él: otros u otras." [2]

En esta viñeta de Vallejo puede verse, además de una experiencia del tiempo y del espacio fuera de las categorías clásicas, que no corresponde al recorrido de una línea temporal sobre un espacio dado, sino que se propone una temporalidad que se transforma conforme a la duración; un juicio sobre la vida y la existencia que no se confunde con el juicio moderno que muestra discrepancia entre el deseo de libertad y el impulso hacía la verdad. Aquí la verdad está ligada al destino el cual es encarnado por el escritor a través del dominio del estilo. En este caso Vallejo adopta la posición del estoico en la medida en que su literatura esta alejada de la queja, no se lamenta porque determinada situación hubiese podido ser de otra manera:

"El libre albedrío es ilusión, mera falacia. Por más que arrojen a Edipo a los lobos el niño crecerá, y matará a su padre, desposará a su madre, se vaciará los ojos. El destino está escrito en el cielo y escrito con sangre. Mi hermano Manuel será lo estipulado y nada más, como he sido el que soy. En el gran tinglado de palacios y miserias los dioses mueven sus muñequitos disfrazados de reyes y pordioseros con hilos que a trasluz alcanzo a adivinar. Muñequitos de trapo y de latón, títeres infatuados que se creen que se mueven solos, sin nadie atrás. No hay infinitos caminos, eminentes doctores, sólo hay un camino único para cada quién, y aunque soñemos que da curvas, que vuelve atrás, que lo podemos desviar, avanza recto, sin una sola encrucijada de elección. Esta noche saldrá mi rico amigo Chuchín Ortiz a la barriada, al encuentro de su destino, de su asesino."[3]

Es una constante en Vallejo la afirmación del destino que rompe con la representación literaria y con ideologías y doctrinas que se imponen a una herida o a un aforismo vital para mantener los modos de vida que permiten la perpetuación de formas de poder. En la preocupación de dibujar su personalidad a través de su obra hay un impulso a escapar a todo modo de vida prefijado. La reivindicación del homosexualismo y el culto a la juventud son una forma de resistencia a dichos modos de vida como puede verse en aquel pasaje de El fuego secreto donde el narrador contempla jóvenes desfilar por la calle Junín de Medellín, a los que llama sardinas, pues fluyen libres de las ataduras y las imposiciones sociales, porque nadan en el río sin preocuparse de las convenciones sociales:

"Cuando dan las cinco dejo el Miami y tomo la calle, río de doble corriente que va y vuelve sobre sí mismo sin aparente razón. Agua revuelta por tramos, por tramos plácida, con charcos y remolinos, caimanes y tiburones, y las sardinas escurridizas de camisas de insidiosos colores y jeans azules que ha deslavado el sol. Sepa usted que la sardina (entre la humana esencia y el ángel) es el ser más preciado de la abigarrada fauna, fauna ambigua, fauna acuática, que puebla el denso río de Junín. El río, que no es ancho, cambia según los días y según las horas de profundidad. Los viernes a las cinco, vaya un ejemplo, se hace tan hondo que uno puede, tratando de tocar fondo, zambullirse más y más hasta ir a dar al infierno. El agua quema… La sardina, ay, por desventura, y ésta es una suprema verdad teológica, sólo vive diecisiete años, tras de lo cual muda: cambia su armadura de magia, su ropaje de ensueño, y se transforma en un ser cotidiano, proyecto del hombre pedestre y bípedo, respetable señor de traje y corbata, trabajo en el banco, honorable señora, saludable barriga, cuatro o cinco o siete mocosos berrietas y un televisor. Es el proceso de metamorfosis de la oruga en mariposa al revés. La mariposa pierde sus alas, baja del cielo, y se arrastra por la prosaica realidad como pegajoso gusano".

El estilo de Vallejo lejos de responder a una forma vacía o un amaneramiento en la escritura está ligado directamente con una tonalidad del alma al cual responde una escritura. El lector que no este atento a esta característica de su escritura verá en ella la repetición delirante, la hipérbole sin límites, el símil arrasador, la constante contradicción, el devaneo incoherente. Pero la cuestión del estilo no trata solamente de una cuestión de forma sino que responde a un arte que en palabras de Nietzsche trata de “comunicar un estado, una tensión interna de pathos, por medio de signos, incluido el tempo de esos signos”[4] Así a cuestión del estilo está en el centro de la obra de Vallejo y es de vital importancia indagar en este punto teniendo en cuenta la relación de la escritura con la vida. En Logoi, el estilo “designa los medios expresivos propios de una lengua, o de su forma hablada, o de un escritor, o de la literatura”[5], vale la pena acercar sin prejuicios estos medios expresivos a la experiencia que no está sujeta a las modas, costumbres y convenciones dominantes, para ver que podemos aprender del personaje que habla en los libros de Vallejo y que puede este aportarle a un tiempo que responde más a la convención que a la expresión del pensamiento frente a la vida.

Respecto a este último punto no deja de ser sorprendente la similitud en la tarea de Vallejo con la de los filósofos trágicos o llamados presocráticos, filósofos que se esforzaban en trazar un carácter en sus enseñanzas. La vida y la obra de los antiguos no esta escindida, todo actuar esconde tras de sí una enseñanza, así como través de las anécdotas de vida de estos filósofos se desprende su doctrina, en Vallejo sucede lo mismo, por eso no hay ninguna adscripción a un credo, por el contrario si se puede hablar de una doctrina o ideología vallejiana se desprenderá de las acciones y anécdotas que salen de su propia vida.

Sin embargo, no se busca encontrar en está investigación sobre el estilo de Vallejo a un moralista pues la voluntad del escritor es claramente estética. Podría decirse que si bien de las obras de Fernando Vallejo podría extractarse una ética, está no es sino una modalidad del estilo que varía según los designios del destino, antes que ver en Vallejo un moralista se buscará en el texto mencionado a un escenógrafo estilista.

2. La estilística.

De la introducción a Logoi se podría extractar una definición general del estilo que podría servir como punto de partida formal para entrar a los contenidos del mismo, pues de entrada se dirá que forma y contenido forman una unidad en la obra de Vallejo tal y como lo plantea la estilística moderna, pero para llegar a este punto hay que volver a la básica diferenciación entre lo que es la lengua hablada y lengua escrita, más aún a la diferencia entre lengua y habla pues como es bien sabido hay que diferenciar una estilística de la lengua y una del habla para poder entender en que sentido la estilística se constituyo como una nueva retórica.

El lenguaje esta constituido por lengua y habla, es decir, ésta contiene tanto un material idiomático dado de antemano como un aporte dado por el individuo, un aspecto individual y expresivo. Por otra parte el lenguaje cotidiano, se opone al lenguaje literario. Está separación está en la base de la historia literaria de occidente, “todo discurso, todo poema, todo ensayo, en cualquier lengua está compuesto en un idioma que sólo en parte coincide con la forma hablada, en unas cuantas palabras y giros sintácticos. El resto es literatura”, dice Vallejo.[6]

El lenguaje cotidiano, esencialmente oral, busca la comunicación inmediata y se sostiene en las frases dispersas de varios interlocutores de oraciones ininterrumpidas y elípticas en que la situación suple lo no dicho o, en que las variaciones del tono de la voz que dan la clave del sentido. Es importante en este punto agregar que la estilística del habla estudia lo que hay de efectivo en el lenguaje de la comunidad y diferencia en aras de la “adecuada expresión” en una frase, lo que hay de significado real directo o lógico de lo que se sugiere en la misma, esto es, lo que se da a entender como un contenido psíquico. La estilística en este caso se centra en lo sugerido, en lo no expresado. Por su parte, el lenguaje literario fluye en un continuo de oraciones, períodos y párrafos estructurados en la totalidad del texto. Vallejo diferencia de entrada a los fines prácticos del habla la intención ordenadora estética de la literatura.[7]

Es importante subrayar para comprender la relación entre vida y escritura la diferenciación que hizo la antigüedad entre los fines del verso y prosa, el verso ligado a la oratoria y la prosa a la escritura. El verso tuvo preeminencia en el lenguaje literario sobre la prosa, debido a la introducción tardía de la prosa en la literatura griega. La imposición de un ritmo a la palabra libre es un factor que determina la idea de estilo, pues entre la oposición entre verso y coloquio se abre la posibilidad mediante la escritura de enriquecer el lenguaje y las experiencias humanas. Mediante la prosa se produce una lengua extranjera dentro del lenguaje cotidiano. La prosa se aleja de la palabra hablada y bajo la influencia de las refinadas construcciones verbales de la poesía, habrá de encontrar su término entre retórica y verso: la prosa se ubica entre el desorden espontáneo del habla y la regularidad métrica del verso.[8]

El avance de la prosa frente a la retórica en occidente llevó al lenguaje literario a un periodo de decadencia de la retórica en el siglo XVIII. El imperio de la retórica en la edad media y en el renacimiento se valió de su cercanía a las formas del verso para tomar fuerza sosteniéndose en la creencia en nociones dadas y eternas que existían bajo la forma de ideas. El significado, se suponía y se hacía creer, caía en las palabras como el alma al cuerpo, las cosas estaban nombradas desde la eternidad de modo que correspondía cada cosa a una palabra dada. La tarea del poeta entonces era buscar la forma que encarnaba la idea sin expresar el sentimiento individual ni su experiencia. Poco interesaba a la Edad media la personalidad de los personajes lo que interesaba era la realización de una idea.

En el siglo XVIII la retórica es cuestionada por ser una forma fija que no tenía razón de ser frente al supuesto de que el escritor era un ser libre, el verso, la exactitud constituido como canon no podía contener las experiencias surgidas de el nuevo del mundo surgido en este periodo de occidente. La reinvención del mundo reinventó el lenguaje, Condillac es de los primeros que propone una “lengua de la pasión” opuesta a la lógica, una prosa opuesta a la retórica si se quiere, un lenguaje que no es reflejo de la forma exterior sino de la experiencia del individuo. La expresión de ideas y sentimientos individuales excedían la forma de la retórica. El lenguaje individual expresaba a través del hombre las ideas y sentimientos de la sociedad. El lenguaje de este modo se concebía como la autenticidad de lo vivido de manera que la frase célebre de Buffon: “el estilo es el hombre” cobró sentido.

Si bien la retórica conoció el descrédito como teoría literaria no perdió vigencia como practica, sus figuras perduraran en la prosa de hoy. Es de vital importancia tener una idea de lo que es estilística para abordar la novela de Vallejo, seguidor de Charles Bally, ya que en el fuego secreto juegan un papel central los medios expresivos del lenguaje hablado y su aspecto afectivo como distinto del lógico que se queda corto para designar las experiencias que son presentadas en esta obra y que son expresión de un pensamiento derivado de vivencias que abren una brecha para que ingrese la vida dentro de la literatura.

3. Vida y escritura

En materia de lenguaje la vida no es considerada desde su aspecto biológico. Cuando se habla de vida en materia de lenguaje y literatura se considera más de aspectos como la conciencia de vivir y la voluntad de vivir, es decir, se refiere al sentido vital que todos llevamos dentro. Los pensamientos que son expresión de está voluntad tienden hacia la acción pues son motivados por la vida ante el no ser. Por otra parte el lenguaje ante la vida muestra como las excitaciones se traducen en impresiones o juicios de valor (en oposición a los juicios lógicos que se dan en orden causal) que responden a un fin subjetivo. Así, en Vallejo toda idea objetiva se impregna de subjetividad y se hace sensible para afirmar una subjetividad en acción:

“Yo no creo en ideologías. Creo en los hombres. En el hombre concreto que actúa así o asá”[9]

Los juicios de Vallejo entonces responden más a sentimientos de placer y displacer que con ayuda de la reflexión crea nociones razonadas de lo útil y de lo nocivo, del bien y del mal, pero jamás son enteramente intelectuales, como lo plantea Bally cuando habla de la expresión de la vida en el lenguaje, pero forman el sustrato de nuestra lógica orientada hacía el devenir, hacía la finalidad o hacía la acción. Si bien, el pensamiento frente a la vida es subjetivo, también la escritura lo es frente a ella. Por ejemplo en los juicios de Vallejo frente a un fenómeno como la pobreza no debe leerse otra cosa que un pensamiento afectivo hecho escritura que responde a un estimulo de la vida:

“Odio la pobreza. Por ruin y roñosa, indolente y perezosa, altanera y servil. Y por ignorante además. El pobre no lee, no estudia, no progresa, no se quiere superar. Viven en bidonviles, tugurios, vecindades, favelas, y el trabajo les causa horror. Todo lo esperan del patrón o el gobierno, o de usted o de mí. Otras veces se dan a rezar y se encomiendan a la Virgen del Cobre, y sentados en sus respectivos culos aguardan la lotería, algún milagro alcahueta, o que les hagan la revolución. Por eso no quiero al pobre. ¿Que pinte una pared? Empuerca la alfombra. ¿Que limpie la alfombra? Empuerca la pared. Deja sobre mi tapiz fino y caro, el gobelino, sus dedos pegajosos, pringosos, huellas digitales de criminal. ¿Por qué serán así? Su paladar no detecta el caviar, el salmón, las trufas; sólo sabores burdos: arroz y frijoles. En cuanto al tacto, no distinguen ni el algodón: el lino y la seda se les hacen fibras sintéticas. Y si se les da universidad entran en huelga. La pobreza cohabita con la ignorancia; duermen amancebadas en profusión de olores bajo el mismo techo, sobre el mismo lecho, y se multiplican por diez. El pobre nada tiene y si algo tiene, un cuerpo astroso, lo cuida como si fuera de oro, que ni de rico: con mañas de prevención. Que yo no hago esto, que menos lo otro, que no soy eso, que qué se cree usted. Por eso no quiero al pobre. ¿Por qué serán así?”[10]

En este caso Vallejo no ataca a determinada persona sino a un juicio frente a la vida, a una actitud que no responde a los estímulos en acciones transformadoras sino que se encierra en el resentimiento. No obstante, este juicio responde a un ejercicio de estilo y cambia conforme a la situación o la situación que el destino le plantea, y en eso radica su subjetividad. Posterior a su juicio de la pobreza, Vallejo narra una de sus aventuras amorosas con un personaje que se opone a la pobreza, un niño rico que el narrador considera "bueno" pero portador de la enfermedad:

“O sí, que Bogotá se divide en dos: norte y sur. Al norte los ricos, al sur los pobres; al norte los buenos, al sur los malos. De suerte que este pecador que sólo había tenido habitantes del sur dañado cuando vio el prodigio del barrio rico se agarró a una verja para no caer, y subió al colmo de la admiración…con una solidaridad de clase encantadora, de gente bien, se ofreció a acompañarme a dormir. Y no me pregunte, padre, adonde nos fuimos porque lo olvidé. Ni cómo era el niño porque también lo olvidé. Quiero recordar si era de pelo rubio, o castaño, ondulado, si con ojos verdes, rojos, azules... Quiero y no puedo. Pero lo que sí les puedo asegurar es que era un ángel con estructura corporal como se verá por la continuación, y que al ser rico introducía en mi vida plana y monótona algo que el pobre se niega a entender: el matiz…No capta el pobre el tintineo del buen vino ni el timbre del Stradivarius. Sordo a sonidos y sabores, embotada en los registros medios la sensibilidad, ¡cómo va a entender las sutilezas o esfumaturas del amor! Y eso que ya Marx se lo explicó hace cien mil años, en su lenguaje de neologismos, soez, que la clase alta no es la baja, que no son una sino dos…”[11]

Posteriormente Vallejo cambia el tono y transfigura el juicio conforme a los sucecesos:

“Algo más que un recuerdo impreciso me dejó el ángel de ensoñadores ojos, y ello se fue poniendo de manifiesto al cabo de una semana, justamente cuando ya creía el héroe haberse librado de la locura…Salí a la calle, al cielo azul con una sola nube, negra, desflecada, justo sobre mi casa. ¿La nube de mi madre? No, puesto que al caminar yo una cuadra caminó a mi paso siguiéndome. Era mi nube… ¡Un benzetazil de un millón doscientas mil unidades para éste, que le pegaron gonorrea! [12]

El mensaje de está anécdota que podría ser contradictoria desde la perspectiva de unos juicios racionales, desprende todo su sentido desde la perspectiva del juicio afectivo: los juicios varían conforme a los movimientos de la vida, esto es, conforme a la manera como se encarne el acontecimiento. En este caso se ve que no hay un afán del escritor de hacer distinción entre clase social sino de resaltar un afecto. Vallejo mantiene los matices y afirma las diferencias, no a través de conceptos preconcebidos sino a través de la escritura:

“No es lo mismo, y Marx lo sabe, un muchacho de Laureles que un muchacho de Aranjuez, porque si en Laureles no amanece igual en Aranjuez atardece distinto, y en éste, con todo y su bello nombre, la luz brilla de pobre mientras que en aquél brilla de rico" [13]

Bibliografía

Bally, Charles. El lenguaje y la vida. Buenos Aires, Losada 1962.

Hernandez de Mendoza, Cecilia. Introducción a la estilística. Bogota, Publicaciones del instituto Caro y Cuervo. 1962.

Lukacs, Georg. Teoria de la novela. Buenos Aires. 1974 Ediciones siglo XX.

Nehamas, Alexander. Nietzsche. La vida como literatura. México, Fondo de cultura económica. 2002.

Nietzche Friedrich. Ecce Hommo. Madrid, Alianza Editorial. 1993.

Onfray, Michel. Sabidurías de la antigüedad. Contrahistoria de la filosofia I. Barcelona, Editoria anagrama. 2007

Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros. Buenos Aires. Ed Paidós. 1990.

Vallejo, Fernando. El río del tiempo. Bogotá, Ed Alfaguara. 2002

Logoi. Una gramática del lenguaje literario. Fondo de cultura económica. 1997.


[1] Dado que se habla tanto de estilística del habla y de una estilística de la literatura, la investigación se concentrará en esta última, entendiendo entonces por estilo literario –conforme a la definición dada por José Luis Martín- el personalísimo modo de expresión que ha adquirido un artista de la palabra escrita, esto es, “el uso particular que un escritor hace de la lengua, la conformación distinta y única con que moldea la lengua general o local en sus obras, dándole ese matiz distintivo y personal”.

[2] Vallejo, Fernando. “El fuego secreto”. El río del tiempo. Bogotá, Editorial Alfaguara. 2002. p. 242

[3] Op, cit. p. 240

[4] Nietzsche, Friedrich. Ecce homo. Madrid, Alianza editorial. 1995. p 61

[5] Vallejo, Fernando. Logoi.Una gramática del lenguaje literario. México, Fondo de Cultura Económica. 1997

[6] Ver, Logoi.Una gramática del lenguaje literario. México, fondo de Cultura Económca. P. 26

[7] Ver, Bally. El lenguaje y la vida. Buenos Aires, Editorial Losada. 1962. p 47

[8] Ibid. p. 16.

[9] Vallejo, Fernando. EL río del Tiempo. p. 284

[10] Op, cit. 225.

[11] Op, Cit . 255

[12] Op, Cit 256.

[13] Ibid, p 256.

lunes, diciembre 28, 2009

Beckett y la literatura.




No sé que significa eso de ser


Introducción

Es un hecho, el mundo práctico, lo que habitualmente llamamos la realidad está constituido sobre el consenso. Es decir, sobre un conjunto de intuiciones generales integradas en conceptos. Lo que habitualmente llamamos real, entonces, se construye sobre la experiencia común, sobre aquello que es percibido de la manera más general y por mayor cantidad de personas. Debido a que en que en muchas circunstancias de la vida moderna, la realidad basada en la experiencia común, no da espacio a la expresión de experiencias singulares, excluyendo dentro de lo social perspectivas que contienen la posibilidad de renovar la visión del conjunto de lo real; el arte ha servido para dar cuenta de experiencias singulares que si bien no remiten a conceptos surgidos del consenso, se basan en un conocimiento único e irrepetible que expresa modos de ser que buscan legitimidad. A través de la expresión estética, en especial por medio de la literatura, es posible de-construir la noción unitaria de realidad que el sentido común supone, dándole voz a aquellos que están en la periferia. Aún más, a través de la escritura es posible aproximarse a ese punto original desde donde surgen todas las manifestaciones humanas, ya sean científicas o estéticas. El lugar de donde surgen todos los libros. La realidad puede ser entonces tratada, desde la literatura, no como una unidad de sentido terminada sino como un conjunto abierto de causas y efectos.

Para artistas como Samuel Beckett, la literatura es creación de imágenes que apelan al sentido común más allá del consenso, más allá del tiempo. Visiones de una realidad en devenir que vincula el pensamiento con la vida en una soledad esencial. A la pregunta ¿Qué es la literatura? Se podría suponer que Beckett contestaría tentativamente así: es descubrimiento de una exterioridad que trae imágenes a la realidad, captando fuerzas que antes no eran visibles (sensaciones, intuiciones). Ahora bien, tomando como punto de partida la oposición entre la experiencia singular intuitiva y la experiencia general racional, se podría mostrar a través de la literatura de Beckett la imposibilidad de ciertos modos de ser para inscribirse en el consenso o en la experiencia común. Imposibilidad, pues en la exterioridad, en el punto original donde surgen todas las obras, la obra misma se pierde y por consiguiente todo intento de consenso. La literatura de Beckett descansa en la nada, superficie sin fondo que abre el juego de los significados. Umbral entre lo real y lo no real, espacio de lo imaginario.

Posibilidad e imposibilidad de todas las cosas es la literatura de Beckett y la revelación de ésta verdad está en su escritura. No es, sin embargo, cualquier escritura la que revela ésta verdad. La cultura no ha conocido por siglos sino los valores del “escribir bien”. La escritura se ha centrado en virtud de la distinción del fondo de las palabras. Los significados determinan al lenguaje conjurando el umbral y dando sentado un mundo que pre-existe al lenguaje. La escritura a la que apela Beckett es la que inventa el mundo, escritura que libera de la represión histórica.

Siguiendo a Barthes[1], se sabe que la unidad de la ideología burguesa (clasicismo y romanticismo) produjo una literatura única, ya que en los tiempos burgueses la forma no podía ser desgarrada ya que la conciencia no lo era. A partir del siglo XIX está conciencia deviene desdichada, ya que la unidad de la conciencia se fractura debido a lo que se ha llamado la crisis de los relatos o la muerte de Dios. La conciencia desdichada o la muerte de Dios no es otra cosa que una ruptura ontológica entre la idea y el mundo. En este punto, dice Barthes, el escritor deja de ser testigo universal para convertirse en conciencia desdichada. Este gesto en Beckett se expresa en elegir el compromiso de la forma, rechazando la escritura del pasado. En Beckett la literatura y la escritura testimonian la disociación del signo lingüístico transformándose en una problemática del lenguaje. Hay que tener en cuenta que según Beckett la transparencia del arte clásico no concebía que la literatura pudiera ser un lenguaje sino mimesis o representación del mundo- encuentro de un espíritu universal y un signo decorativo.

Molloy

Para entender la naturaleza de los personajes de Beckett, en especial el de la primera novela de su célebre trilogía, hay que tener en cuenta que una de las motivaciones del autor es la refutación del racionalismo (pilar de la conciencia burguesa). Ya en su poema Whoroscope parodiaba el principio cartesiano cogito ergo sum (pienso, luego existo) diciendo Fallor, ergo sum (me engaño, luego existo). Se trataba de afirmar lo ilusorio de la autoconciencia y del mundo. No es extraño escuchar a Molloy expresar aquel escepticismo: Mi vida, mi vida, tan pronto como hablo de ella como de algo terminado como de una tomadura de pelo que dura todavía…o ...A veces me olvidaba, si, a veces no sólo me olvidaba de quien era, sino que era, me olvidaba de ser…

Los personajes de Beckett no se definen por la razón y la coherencia de su identidad, por el contrario parecen ser puro afecto. Aquí afecto no es sentimiento personal ni carácter, es efectuación de una potencia que hace vacilar el yo. Molloy no es propiamente un sujeto sino un conjunto de posiciones relacionadas a una multiplicidad, a una especie humana si se quiere. Molloy es una anomalía de dicha especie, un anormal, un outsider. Entidad que llega y se desborda como una enfermedad infectando al vacío que subyace a todas las cosas. Molloy no es un individuo, no es una especie sino un fenómeno de borde. Tal vez, la naturaleza del personaje responde a la decisión de Beckett de apelar por la forma y de romper con el pasado. Molloy se construye en la ruptura con algo a lo cual no se puede volver, lugar que hace que el pasado deje de existir. No en vano la novela inicia en una habitación donde el personaje yace en la cama de su madre sin saber como llegó ahí, tampoco sabe si su madre está viva o muerta e inicia una andanza infructuosa en su búsqueda.

En la andanza de Molloy por una ciudad sin nombre, la materia del pasado se ha hecho volátil. La forma de lo que ha pasado ni siquiera existe el personaje ha entrado en un devenir donde la unidad del yo se fragmenta al punto en que uno mismo ya no existe pues ha devenido imperceptible y clandestino en un viaje inmóvil. En la novela nada pasa, ni pasó. Nadie puede hacer nada por Molloy ni contra “él”. Sus territorios están fuera del alcancé de la percepción, no porque sean imaginados sino porque en su andanza los está inventando. Así Molloy dice:no era una criatura dada a presentimientos, sino simplemente a sentimientos o más bien me atrevería a decir que a abatimientos. Porque sabía las cosas por adelantado, lo que me ahorraba tener que presentirlas…sabía las cosas por adelantado, porque cuando me ocurrían ya no me enteraba, como quizás haya advertido el lector, me enteraba a costa de esfuerzos sobrehumanos, y después tampoco sabía nada, me encontraba devuelto a mi ignorancia nativa.

Lo que está de fondo en las palabras de Molloy es la inversión de cogito cartesiano. Me engaño, luego existo: Lo falso es más fácil de reducir a nociones claras y distintas, distintas de las otras nociones. Aunque debo estar equivocado. A partir de la afirmación del error, Molloy escapa del hermetismo racional que es presentado como el olvido del ser que es, a su vez, una apertura al afuera sensible, “reino del error”: Entonces ya no era aquella caja herméticamente cerrada en la que debía haberme conservado tan bien y yo me llenaba de raíces y tallos…dentro de la caja hay que ir con cuidado, plantearse preguntas, por ejemplo si existimos aún y, caso de no existir, cuando dejamos de existir y, caso de existir, cuánto tiempo vamos a durar todavía, cualquier cosa que sirva para que no perdamos el hilo del sueño. Yo me planteaba preguntas de muy buena gana, una tras otra, por el simple placer de su contemplación. No de buena gana sino racionalmente para creerme aún en la caja. Y sin embargo seguir en la caja no me servía de nada. A aquello le llamaba reflexionar. Reflexionaba casi sin interrupción, no se atrevía a detenerme.

Fuera de la caja: Molloy, o la vida sin puñeta. La reflexión es el hermetismo, la vida llena de certezas pero alejada del ruido de mi vida que se escucha cuando todo parece callarseel ruido de mi vida que era poseída por aquel jardín a caballo sobre la tierra de los abismos y de los desiertos. La experiencia de la escritura en Beckett es la experiencia de Molloy fuera de la caja de la conciencia, experiencia del vacío, grado cero de la escritura, apertura al pensamiento del afuera, etc. Punto donde se está frente a hechos cuya significación no aparece a primera vista (razón para dejar constancia de ellos), lugar donde las palabras son oídas como puros sonidos libres de toda significación. Experiencia de soledad esencial, fuera del tiempo donde a Molloy le resultaba indescriptiblemente penoso conversar.

En estos lugares donde Molloy reflexiona, es Beckett quien habla de la literatura (…y si alguna vez olvidando mi personaje, me inclino o me arrodillo, no os dejés engañar, no seré yo, será otro), de la escritura que se desprende del lenguaje, del régimen del signo lingüístico, de la relación causal del significante con el significado. Al liberar el lenguaje del signo lingüístico, Beckett se presenta como un destructor que aumenta la existencia y la enriquece minándola, diciendo que no se puede saber nada de ella: Porque no saber nada no es nada, no querer saber nada tampoco, pero lo que es no poder saber nada, saber que no se puede saber nada, éste es el estado de la perfecta paz en el alma del negligente pesquisidor.

Mantenerse apartado de todo lo que persigue conocer, es la tarea del escritor parece decir Beckett. Mantenerse fuera del tiempo sin ocuparse de ningún acontecimiento en particular, concibiendo la historia como una dimensión de la cual se puede prescindir. Para Beckett hundirse en la nada da paso al olvido tranquilo, sin embargo aquí no hay abandono. No hay nihilismo. Ser consciente de esa nada y saber que ya no se es un ser definido distinto de todos los seres se convierte es una exigencia ética del escritor: Escucho y me oigo dictar un mundo paralizado en el momento de perder el equilibrio, bajo una luz débil y tranquila sin más, suficiente para ver, ustedes comprenderán, y también paralizado.

Parafraseando a Maurice Blanchot[1], se puede afirmar que Beckett no escribe para hacer un libro “bien escrito”, un libro bello, ni tampoco escribe por inspiración, ni para avanzar en lo desconocido. Escribe “para terminar porque trata de sustraerse al movimiento que lo arrastra, dándose la impresión que aún lo domina, y de que como habla podría dejar de hablar”: Todo se dobla y cae hacia un final que parece que no va llegar nunca…

La palabra en Beckett busca su fin, aunque éste no llegue. La palabra en la escritura de Beckett deviene errante, carente de centro, que no empieza ni termina. La palabra aquí sigue hablando donde no habla pues cuando se interrumpe está perseverando. No es de ninguna manera silenciosa “porque en ella eternamente el silencio se habla”. La radicalidad de Beckett es su relación con el silencio, con el vacío, con la nada. Ahora bien, en este punto surge un interrogante. Si en la palabra habla el silencio, el vacío que se hace palabra ¿Qué papel cumplen los personajes y el autor? Es posible que esta cuestión no se pueda responder a partir de una sola obra de la trilogía.

No se equivoca Blanchot, cuando dice que Molloy es un libro que aún trata de mantener la forma de un relato. Lo que se expresa aún puede ser atribuido a un personaje y a un autor. Molloy es un personaje identificable y en el fondo está Beckett hablando y sugiriendo una existencia real. Sin embargo, no hay que dejar de lado el movimiento en que estás certezas se disgregan. Molloy se convierte en el policía Morán de manera que esta metamorfosis hace patente la profundidad que la estructura del relato encubre. Pero en Malone muere y El innombrable, Beckett va más lejos.

En Malone el vagabundo se ha convertido en moribundo y el espacio donde se encuentra es más reducido que el de Molloy. Malone era como Molloy, un outsider, pero su errar ya no tiene los recursos de una ciudad. Malone está confinado a una habitación y sólo tiene un palo con el cual aleja y atrae las cosas. El espacio con que cuenta el personaje es el de las palabras y las historias. En el caso de El innombrable, Mahood cuenta con un espacio más reducido y es más indeterminado. Es un desecho encerrado en la tinaja que sirve para decorar la entrada de un restaurante. Aquí se siente la verdadera profundidad de la escritura de Beckett pues los personajes han perdido su figura y la voz que escuchamos es la del autor. Pero esto no es más que una convención, pues lo que muestra El innombrable es una vivencia bajo la amenaza de lo impersonal, se trata de una aproximación a la palabra neutra que no puede hacerse callar, porque es lo incesante, lo indeterminable. Aspecto que ya se sugería en Molloy: Pero siempre es cambiar de mierda y aunque todas las mierdas se pareciesen (lo que es inexacto) no importaría nada, siempre va bien cambiar de mierda, ir un poco más lejos en la mierda, de vez en cuando mariposear, en fin como si fuéramos efímeros.

Cierre

Beckett no es un escritor sino una escritura. No ha escrito libros sino un solo libro, esto es, ha creado un inusitado modo de ser que se debate entre el no-ser. La obra de Beckett priva de mundo al ser viviente dándole como morada el espacio de lo imaginario: “Entre el ser y la nada la palabra no dice es”, diría Blanchot a propósito. Por otra parte no hay diferencias fundamentales entre los motivos de sus distintas obras: en Esperando a Godot unos vagabundos esperan a alguien, en Malone un lisiado espera la muerte, en Molloy un pordiosero haraganea por tiempo indefinido esperando encontrar a su madre. Finalmente, Beckett no busca una aproximación más o menos verosímil a la realidad sino la creación de una realidad literaria independiente. Beckett hace, no imita. En Beckett las palabras constituyen algo por sí mismas o lo que es lo mismo, crean un espacio para el ejercicio de un discurso. Lo que pretende a lo largo de su obra (en sintonía con Mallarmé) es constituir un universo sólo comprensible desde dentro de la literatura y sin remisión a la realidad, siguiendo las palabras hasta que signifiquen como tal. Así lo dice en El innombrable: las palabras están en todas partes, en mí, fuera de mí, vaya pues, hace un rato yo no tenía espesor, las oigo, no hace falta oírlas, ni hace falta una cabeza, imposible detenerlas, soy de palabras, estoy hecho de palabras, de las palabras de los demás, cuáles otros, el lugar también, el aire también, las paredes, el suelo, el techo, palabras, todo el universo está aquí, conmigo, soy el aire, las paredes, el tapizado, todo cede, se abre, deriva refluye, copos, soy todos estos copos, cruzándose, uniéndose, separándose, a donde quiera que yo vaya me vuelvo a encontrar, me abandono, voy hacía mí, sólo una parcela de mí, recogida, perdida, fallidas palabras, soy todas esas palabras, todos esos extranjeros, este polvo de verbo, sin fondo donde posarse, sin cielo donde disiparse, encontrándose para decir, huyéndose para decir que los soy todos, los que se unen, los que se separan, los que se ignoran, y nada más, sí, algo muy distinto, que soy muy distinto, una cosa muda, en un lugar duro, vacío, cerrado, seco, neto, negro, en donde no se mueve nada, no habla nada, y que escucho, y que oigo, y que busco, como una fiera nacida en la jaula de fieras nacidas en jaula de fieras nacidas en jaulas de fieras nacidas en jaula…

El corolario que nos deja Beckett puede parecer extremadamente fatalista. Podría parecer un grito ahogado de la conciencia humana vuelta sobre sí misma. Pero los males inherentes de la sociedad moderna encuentran en la obra de Beckett una respuesta individualista, una forma de escapismo al vitalismo donde se afirma la nada. Se afirma un instante que se prolonga hasta dimensiones de eternidad, instante que se acoge en su absurdo fundamental y declarando que pertenece a la nada y retorna a la nada. La realidad es un prejuicio, no hay porque juzgar la vida en su vacuidad. No pasa nada, no hay nada, no hay por qué preguntarse por lo que pasa, no es necesario actuar. Lo que hay en los cerebros una vez vaciados de todo es la libertad que se aproxima al trance místico. Lo que arruina es el juicio, la obligación de emitir enunciados sobre las tareas de los demás.

Bibliografía

Beckett, Samuel. Molloy. Traductor Pedro Gimferrer. Madrid, Alianza editorial. 1969

Blanchot, Maurice. El libro que vendrá. Traductor Pierre de Place. Caracas, Monte Avila editores. 1991

Barthes, Roland. El grado cero de la escritura. Traductor Nicolás Roa. México, Siglo XXI editores

Broderick, Joe. Samuel Beckett, la tragicomedia de la vida. Bogotá, Panamericana editorial. 2005

Ciorán, Emille. Ensayos sobre el pensamiento reaccionario. “Algunos encuentros con Beckett”. Bogotá, Tercer mundo editores. 1992.

Deleuze, Gilles; Guattari Félix. Mil mesetas, Capitalismo y esquizofrenia. “Devenir-intenso, devenir animal, devenir-imperceptible”. Traductor José Vázquez Pérez. Valencia, Pre-textos. 1997.

Ellman, Richard. Cuatro dublineses. Traductor Antonio-Prometeo Moya. Bacelona, Tusquets editores. 1990.



[1] Comparar. Barthes, Roland. P. 11-15.

[1] Comparar. Blanchot, Maurice. El libro que vendrá. P. 247-243.